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¿Dónde está
el problema de la obesidad infantil?
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¿Cuáles son
las consecuencias en los niños?
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Padres sobreprotectores
Se trata de progenitores que alimentan exageradamente a sus hijos como forma
natural de expresarles su amor y su cuidado, y de calmar sus sentimientos, casi
siempre injustificados, de no estar haciéndolo suficientemente bien.
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Idea distorsionada de la cantidad de alimentos
que necesitan.
Los niños satisfacen a los mayores admitiendo el exceso de comida y
acostumbrándose a él como algo normal. Esta sobredosis de comida se traduce en
más peso.
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Padres obsesionados con el peso y la alimentación
de sus hijos
Están continuamente vigilando lo que comen o dejan de comer sus hijos, y son
excesivamente estrictos con su alimentación.
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Rebeldía.
Muchos niños, como se han visto reprimidos de pequeños, mantienen, en su
adolescencia, una alimentación contraria a la que sus obsesivos padres han
pretendido inculcarles. No les han trasmitido una relación sana con la
comida.
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Premios y castigos con la comida
Algunos padres emplean continuamente los alimentos más caprichosos para los
niños (chucherías, dulces, chocolate) como recompensa por su correcto
comportamiento. Por otro lado, tratan de compensar sus largas jornadas
laborales concediéndoles a sus hijos todos los caprichos, como comer
habitualmente comida rápida o dejar que ellos elijan la comida que más les
gusta, que por lo general no suele ser la más sana.
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Comida poco sana para canalizar su malestar.
La asociación entre alimentos y emociones es un hecho evidente y demostrado.
El cerebro asocia el consumo de ciertos alimentos a una sensación de placer y
bienestar, por lo que recurre, ya de niño, ya de mayor, a ellos como forma
natural de canalizar su malestar, su ansiedad.
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¿Demasiada cantidad?
Algunos padres dan a los niños cantidades exageradas de alimentos que superan
lo que su organismo es capaz de quemar o asimilar. Intentan equiparar las
cantidades de alimentos de los niños al de las personas adultas, a su ritmo
de comidas y a sus horarios. La ración de carne para un niño de tres años no
ha de superar los 60-70 gramos, y sí necesita comer dos piezas de fruta cada
día. Hasta los diez años, la cantidad de carne por ración no debería superar
los 100 gramos y conviene acostumbrarle a que coma tres piezas de fruta, y un
puñado de frutos secos, de manera habitual.
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No regulan las señales internas de
hambre-saciedad.
Si el niño está expuesto a comidas copiosas, no desarrolla una respuesta
natural de rechazo del alimento ante la señal de saciedad. Le han enseñado, y
así lo ha aprendido, que tiene que comer mucho más de lo que sería normal
para su edad.
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¿Qué desayunan? ¿Qué se llevan para almorzar o
merendar?
La falta de tiempo, la comodidad y la economía hacen que muchos padres y
madres ofrezcan a sus hijos alimentos muy energéticos. Se trata de desayunos
con madalenas y galletas rellenas, y almuerzos y meriendas a base de
bollería, dulces y refrescos.
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Malos hábitos.
El consumo diario de este tipo de alimentos, no sólo distorsiona las calorías
de la dieta sino que no se corresponden con la idea de unos buenos hábitos.
Si el consumo es ocasional, y el niño es activo, consumirá las calorías
extras. Sin embargo, la combinación de malos hábitos y la elección frecuente
de este tipo de alimentos se traduce, a corto, medio y largo plazo, en un
aumento progresivo de peso.
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¿Padres y madres activos?
Son muchas las personas adultas que relacionan el ejercicio con un esfuerzo
innecesario que no les aporta ningún beneficio, por lo que el tiempo que
deberían dedicar a moverse, lo pasan en el coche o frente al televisor, el
ordenador o la videoconsola.
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Niños sedentarios.
Los niños de esta generación disfrutan de aficiones pasivas: pasan dos horas
y media cada día delante del televisor y media hora jugando con videojuegos o
conectados a Internet. Sentados delante de las pantallas comen palomitas y
reciben decenas de anuncios de los alimentos cuyo consumo frecuente es menos
recomendable.
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